Pais:   Chile
Región:   Metropolitana de Santiago
Fecha:   2019-07-25
Tipo:   Prensa Escrita
Página(s):   18-19
Sección:    - FT WEEKEND
Centimetraje:   30x47
La Segunda
Una línea que avanza
Comodidad e innovación versus privacidad, ¿cuál es el límite para compartir nuestros datos?
Esta es la nueva frontera: proteger nuestra privacidad de los algoritmos invasivos. ¿Cómo encontramos el equilibrio?
Hace unos años, un informático llamado Chris Carson se dio cuenta de algo. Pronto, las calles se llenarían de autos autónomos, que usarían cámaras de alta calidad para navegar. ¿Qué pasaría si esas cámaras también pudieran entrenarse para reconocer las patentes y sacar partes? Sería como tener un policía extremadamente eficaz en cada esquina.

'Todavía son personas los que nos multan por infracciones de tránsito', dice Carson. 'Eso es bastante anticuado'.

La startup de Carson, Hayden AI, ahora está intentando crear una red de ojos mucho mayor que cualquier red de CCTV, alimentada por el potencial de las redes móviles 5G y la inteligencia artificial. Las imágenes pueden venir desde prácticamente cualquier lugar: un taxista puede colocar un teléfono inteligente en su tablero; si la grabación provocó que otro conductor recibiera una multa de estacionamiento, el taxista podría recibir una parte de los ingresos.

'Esa es la idea: poner tantos ojos en el camino como sea posible', dice con entusiasmo Carson. 'Creo que va a crear un gran cambio de paradigma'. En cuanto exista esta novedosa red de cámaras inteligentes, no hay razón para que solo detecte las infracciones de tránsito. Las imágenes podrían ayudar a resolver cualquier delito, contribuir a la planificación de la ciudad y dirigir la publicidad.

No tienes que ser un experto para darte cuenta de que algo fundamental está cambiando en el entorno de la experiencia humana. Nos estamos convirtiendo en entidades conocidas. No es simplemente que se recopila información sobre nosotros; esa información ahora suele ser video y audio de alta calidad, algo que puede determinar con precisión cada uno de nuestros movimientos.

En todo EE.UU., las fuerzas policiales han estado repartiendo timbres inteligentes de Amazon, que filman el entorno circundante. Algunas de las imágenes luego se transmiten mediante una aplicación conocida como Neighbors (vecinos). Quizás ya se acabaron los días en que los investigadores privados se sentaban en sus coches: ahora pueden estacionar el auto con una cámara y ver las imágenes desde sus casas.

Nuestros empleadores pueden monitorear nuestros hábitos de sueño y los minoristas pueden seguirnos por los pasillos. Los datos resultantes se utilizan para capacitar algoritmos complejos que después nos impulsan hacia ciertos comportamientos. 'Estamos pasando de una era digital a una era de predicción', dice Pam Dixon, directora del World Privacy Forum, un grupo de expertos. Tu teléfono inteligente aspira a saber qué quieres hacer antes de que lo hagas. Hace poco conocí a un empresario del sector de la tecnología que no entendía por qué Google Maps le sugería que visitara cierta ubicación. Entonces se dio cuenta de que había llegado el momento de cortarse el pelo, algo que hacía cada seis semanas. Al menos fue solo una sugerencia.

¿Hasta dónde llega el límite?

En 2010, cuando era director ejecutivo de Google, Eric Schmidt dijo que la política de la compañía era 'llegar hasta una línea escalofriante, pero no cruzarla'. Añadió que los implantes cerebrales estaban más allá de la línea escalofriante 'al menos por el momento'. Sigue siendo uno de los mejores resúmenes de cómo lidiamos con la tecnología: la línea escalofriante existe y cambia.

Hace veinte años, si un supermercado hubiera pedido poner un micrófono en nuestras casas, habríamos dicho que no. Ahora compramos Alexa de Amazon, usamos Airbnb y nos conectamos con el wifi gratuito del metro. Y luego cruzamos los dedos. Tanto Amazon como Google ahora admiten que algunos empleados escuchan algunas grabaciones. Facebook alega que sus usuarios no tienen ninguna expectativa de privacidad en cuanto a sus publicaciones.

Esto ha creado una confrontación. Por un lado, están aquéllos que están intentando convertir la línea escalofriante en una trinchera infranqueable. En mayo, la ciudad de San Francisco le prohibió a la policía el uso de software de reconocimiento facial, una medida que tuvo el propósito de detener el uso de la tecnología. Este mes, un nuevo servicio de correo electrónico deshabilitó la capacidad de los usuarios para monitorear dónde y cuándo un destinatario abría sus mensajes.

Por el otro lado están aquellos que intentan hacer avanzar la línea escalofriante, haciendo que las personas se acostumbren a las nuevas tecnologías. Esto incluye a Carson, el informático que planea una red de vigilancia. 'Si podemos vivir en una sociedad en la que puedes caminar tranquilamente por un callejón, creo que la línea escalofriante desaparecerá', dice. Mientras tanto, Google ha aprendido la lección de Google Glass, los lentes inteligentes con cámara lanzados en 2013 y que fueron rechazados por los ciudadanos. Está introduciendo el reconocimiento facial de forma deliberadamente cautelosa, como una forma rápida de iniciar sesión en su asistente doméstico.

En 1998, cuando Google todavía estaba en el garaje y Kodak aún dominaba el mercado de las cámaras, el escritor de ciencia ficción David Brin predijo el final de la privacidad como la conocíamos. Brin alegó que las cámaras se estaban volviendo tan baratas que inevitablemente serían omnipresentes.

Brin cree que su visión se está volviendo realidad, que 'los poderes divinos de visión y vigilancia casi omniscientes' se están extendiendo. Esto no se limita a los poderosos. Ahora las cámaras captan la negligencia policial. En EE.UU.; los sitios web a los que millones de personas enviaron muestras de ADN, por simple curiosidad sobre sus ancestros, se utilizan para identificar a los delincuentes (el primer juicio exitoso se celebró en el estado de Washington el mes pasado).

También existe otro argumento de que la vigilancia es inevitable. En China, esta se está volviendo generalizada y los algoritmos califican a los ciudadanos según su comportamiento. Si el mundo occidental promulga leyes para proteger la privacidad, tendrá menos datos —una materia prima clave para la inteligencia artificial— y, por lo tanto, se pondrá a sí mismo en una desventaja competitiva.

En China ven el uso de reconocimiento facial como algo 'absolutamente correcto'. Sin embargo, para la mayoría de nosotros, la total transparencia o vigilancia sería una distopía. Nos preocupan las filtraciones de datos, el robo de identidad y simplemente la vergüenza de ver algunas fotos antiguas en línea. 'La privacidad es un problema de retrospectiva; solo actuamos después de que nos ocurre algo', dice Jason Schultz, profesor de NYU.

Tampoco nos ayuda que la privacidad sea un concepto escurridizo y abstracto. No se mencionó explícitamente en la Constitución de EE.UU. hasta hace apenas unas décadas. Su esencia es que es contextual: queremos que cierta información se limite a ciertas personas. La privacidad a menudo también tiene que ver con el poder: cuanto menos conocimiento tienen los demás sobre ti, más difícil les será meterse en tu vida.

¿Tenemos el control?

Las grandes compañías tecnológicas tienen diferentes enfoques para abordar nuestras preocupaciones. En primer lugar, pueden integrar cierta privacidad: Apple, una compañía pionera en el campo de la privacidad, bloquea el seguimiento en línea (su director ejecutivo, Tim Cook, dijo el año pasado que 'la acumulación de datos personales solo sirve para enriquecer a las compañías que los recopilan'). Facebook, rezagada en el tema de la privacidad, ahora predice que las 'formas principales' en que las personas se comunicarán en su plataforma serán a través de los servicios de mensajería cifrada como WhatsApp.

En segundo lugar, las compañías tecnológicas nos ofrecen darnos el control. Un día en Silicon Valley, escuché a un ejecutivo de Google señalar cuánta información personal ahora está almacenada en nuestros teléfonos. 'Siempre debes tener el control de lo que compartes y con quién lo compartes', dijo. Facebook promete que la información de los usuarios 'solo la verán quienes ellos quieren que la vea'. En otras palabras, podemos escoger dónde trazar la línea escalofriante.

La tercera forma en que las compañías tecnológicas nos ofrecen privacidad es mediante la protección y el anonimato de nuestros datos. Google sabrá que buscaste remedios para la gonorrea, pero nadie más lo sabrá. El riesgo de que los datos anónimos se puedan relacionar con los individuos a quienes pertenecen nunca puede eliminarse —especialmente porque pueden aparecer nuevos conjuntos de datos que pueden compararse—, pero se puede minimizar.

Sin embargo, hay considerables fallas en este enfoque. Facebook y Google tienen que seguir rastreándonos, porque en eso se basa su negocio publicitario. Pueden ofrecer consentimiento sin ofrecer una opción real. Actualmente, menos del 10% —probablemente cerca del 1%— de los usuarios de Google cambian su configuración de privacidad. Para utilizar los servicios de muchas compañías nos vemos obligados a acceder a declaraciones genéricas o no podemos utilizar el servicio en lo absoluto. No sabemos qué significa hacer clic en 'aceptar'.

En el futuro se les podría dar a los individuos más detalles sobre el uso de sus datos; una opción para impedir el acceso de las aplicaciones a información clave aun mientras utilizas el servicio y métodos más sencillos para borrar nuestros datos a posteriori .

Pero quizás deberíamos ir aún más allá y decir que incluso el consentimiento informado no garantiza la privacidad. Los gobiernos no nos permiten ahorrar dinero comprando un automóvil sin cinturones de seguridad, ni ganar dinero vendiendo nuestros órganos. ¿Pertenece la privacidad a la misma categoría que la seguridad o la ética médica?

El principio de la voluntad individual —Google promete que 'siempre debes tener el control'— tiene otras limitaciones. ¿Cómo se aplica este principio a la vigilancia en lugares públicos, como el reconocimiento facial por parte de la policía o incluso de los coches inteligentes de otras personas? No podemos firmar un formulario cada vez que salimos de casa. Esta es la nueva frontera: proteger nuestra propia privacidad de los algoritmos invasivos. ¿Cómo encontramos el equilibrio?

Un posible equilibrio

A Quayside, en la costa este de Toronto, una filial de Google quiere convertirla en 'el distrito más innovador del mundo'. En una propuesta publicada el mes pasado, Sidewalk Labs describió su visión del futuro. Como todos los sueños de Silicon Valley, tiene algo encantador. Los edificios serían casi todos de madera; podrían convertir los residuos alimenticios en energía; las emisiones de gases de efecto invernadero serían apenas una décima parte del promedio actual de la ciudad.

En el núcleo de la visión de Sidewalk Labs se encuentran los datos. Los sensores recopilarían información en los edificios y ajustarían las opciones. Y como en una novela de Kafka o en la serie de televisión Black Mirror, los residentes podrían sentirse sujetos a turbios procesos fuera de su control directo.

Sidewalk Labs promete una intrusión considerable a cambio de un beneficio considerable. El destino de Sidewalk es interesante, porque es un raro ejemplo en el que las compañías tecnológicas han tenido que remitir sus innovaciones para que sean inspeccionadas previamente.

'En cuanto dijeron eso, supe que tenía que renunciar', dice Ann Cavoukian, excomisionada de privacidad de Ontario, quien fue asesora de la compañía el año pasado. 'Desde el momento en que lo haces voluntariamente, no vas a tener privacidad. Todos quieren datos de identificación personal, ese es el tesoro'. Cavoukian lo compara con la vigilancia en China y Dubái. 'De ninguna manera, ese no es el rumbo en el que vamos aquí en Toronto'.

En cualquier caso, nadie piensa en que las compañías tecnológicas tendrán menos datos sobre nosotros dentro de 10 años que ahora. Quizás la información sea el nuevo petróleo, pero para algunas startup también se conoce como 'la nueva kryptonita', debido a las multas por violaciones de datos. Durante 20 años, las compañías tecnológicas han asumido que tienen el derecho de infringir nuestra privacidad; ahora deberíamos pedirles que se justifiquen antes de hacerlo.

Recuadro
"Hace veinte años, si un supermercado hubiera pedido poner un micrófono en nuestras casas, habríamos dicho que no. Ahora usamos Airbnb y nos conectamos con el wifi gratuito del metro. Y luego cruzamos los dedos.
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Por Henry Mance -